Tanto los artistas y las nuevas corrientes como la crítica contemporánea se han esforzado por abrirle las puertas a diversas tendencias opuestas a la naturaleza tradicional del arte, pero, ¿cómo puede el museo como institución hacer lo mismo? El dilema parece residir entre si es inminente la necesidad de que los museos se hagan un tanto a un lado para dejar lugar a un concepto completamente nuevo de recinto (cualquiera que sea su índole, real o virtual, tangible o intangible) donde el arte pueda ser difundido, o si lo pertinente es, más bien, una transformación del concepto actual.
Hélio Oiticica*, hace ya varias décadas, hablaba de la práctica de la apropiación de las cosas del mundo que se van cruzando ante nosotros por las calles: terrenos baldíos, campos, el ambiente… cosas que no serían transportables pero en las que él no dudaría en invitar al público a participar. Reconoce que con ello estaría dando un golpe fatal “al concepto de museo, galería de arte, etc., y al mismo concepto de «exhibición»”. Para el artista brasileño “el museo es el mundo: la experiencia diaria”, lo cual me lleva a reflexionar acerca del juego del papel del artista como creador y como ¿dueño? de su obra en tanto que es –relativamente– imposible “privatizar” el mundo o apropiarnos de lo que en lo cotidiano encontremos y decidamos transformar en arte.
¿Cómo delimitar las fronteras del arte? ¿Cómo comunicarlo más allá de los muros de un museo? Si podemos considerar como arte a una infinidad de objetos y eventos que no van con la estructura del museo y que son y/o están fuera de él, tiene necesariamente lugar una descontextualización (y una causal pérdida o deformación de significado) al momento de trasladarlos a –o reproducirlos en– estos sitios. Lo cierto es que esta forma de estructura institucional, que da lugar a mecanismos de poder y de selección artística, genera una nueva cuestión: ¿en qué medida ello ha sido una limitante, y en que medida un beneficio para ofrecer objetos y eventos significativos al público espectador?
La gente va a los museos, eso sí. Al menos a los famosos, va. No es necesario hablar de las filas interminables y las multitudes que los atestan –temporadas más, temporadas menos–. Algo nos dice que, quizás sólo para el artista y para aquel que está inmerso en el mundo de la producción, estos sitios son fronteras limitantes para la creación artística, pero para el público ordinario, hay otro tipo de mensaje, quizás lejano a las intenciones del artista, que sigue haciéndole un sentido y dotando al museo de significados (quizás, en su mayoría, sociales).
Si el museo finalmente se pusiera “del lado de los artistas” y se concibiera una nueva institución, ¿cuánta vigencia podríamos darle a ésta? A mi parecer, no se trata de un único cambio sino de una transformación constante, una resignificación continua de los “contextos” que posibiliten y difundan la actividad artística, de la misma manera que el arte se resignifica incesablemente.
*Oiticica, Hélio, “Position and Program”, Julio 1966. En “How latitudes become forms, art in a global age”, Walker Art Center, Minneapolis, 2003, pp. 322-329 (la traducción es mía).
**Imagen: www.gettyimages.com
Dalinda Peña Habib
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