¿Qué es esto?

El que se ocupe este espacio responde a tres objetivos. El primero de ellos, contar con un sitio desde el cual se puedan dar a conocer las opiniones, las observaciones, las críticas de un grupo de alumnos de la Universidad de Monterrey, quienes, por obligación o gusto, tienen que realizar estos ejercicios dentro de la materia que lleva por nombre Taller de Crítica Cultural.

Segundo, y como si de un boomerang se tratara, una cosa es hacer llegar a otros lo que pienso, dudo, discurro, critico, y otra es someterme al escrutinio del otro, abrirme al diálogo, entrar en la polémica, ser el objeto de la crítica de otros. Enfrentar esta situación, aún así sea a través de estos medios, creemos, ayuda en la formación de quienes serán futuros profesionistas en las áreas social, cultural o humanística.

Y, tercero, es nuestra convicción de que al desarrollo cultural y artístico de esta ciudad le falta el elemento que cohesiona a todo con lo que ya contamos; tenemos teatros, cines, galerías y museos, orquestas, escuelas de arquitectura y diseño, desfiles de modas, premios a lo mejor del cine independiente, estudios de grabación y hasta un canal artificial en el cual concursan los triatletas de todo el país, pero a pesar de todo ello y de haber dado ya el salto al siglo XXI, no tenemos crítica, entendida esta como el comentar, el explicar, el difundir, el debatir, el exponer, de manera pública diversos puntos de vista sobre lo que, precisamente, está sucediendo en la ciudad en estos campos. Así pues, este espacio, estos textos, son nuestra modesta, pero decisiva, aportación al desarrollo del arte y la cultura de esta ciudad.

jueves, 18 de febrero de 2010

El museo frente a un arte que se le escapa

Cuando las (no necesariamente) nuevas formas del arte trascienden las capacidades del museo (en su concepción institucional y arquitectónica), este tipo de recinto enfrenta un grave problema.

Tanto los artistas y las nuevas corrientes como la crítica contemporánea se han esforzado por abrirle las puertas a diversas tendencias opuestas a la naturaleza tradicional del arte, pero, ¿cómo puede el museo como institución hacer lo mismo? El dilema parece residir entre si es inminente la necesidad de que los museos se hagan un tanto a un lado para dejar lugar a un concepto completamente nuevo de recinto (cualquiera que sea su índole, real o virtual, tangible o intangible) donde el arte pueda ser difundido, o si lo pertinente es, más bien, una transformación del concepto actual.

Hélio Oiticica*, hace ya varias décadas, hablaba de la práctica de la apropiación de las cosas del mundo que se van cruzando ante nosotros por las calles: terrenos baldíos, campos, el ambiente… cosas que no serían transportables pero en las que él no dudaría en invitar al público a participar. Reconoce que con ello estaría dando un golpe fatal “al concepto de museo, galería de arte, etc., y al mismo concepto de «exhibición»”. Para el artista brasileño “el museo es el mundo: la experiencia diaria”, lo cual me lleva a reflexionar acerca del juego del papel del artista como creador y como ¿dueño? de su obra en tanto que es –relativamente– imposible “privatizar” el mundo o apropiarnos de lo que en lo cotidiano encontremos y decidamos transformar en arte.

¿Cómo delimitar las fronteras del arte? ¿Cómo comunicarlo más allá de los muros de un museo? Si podemos considerar como arte a una infinidad de objetos y eventos que no van con la estructura del museo y que son y/o están fuera de él, tiene necesariamente lugar una descontextualización (y una causal pérdida o deformación de significado) al momento de trasladarlos a –o reproducirlos en– estos sitios. Lo cierto es que esta forma de estructura institucional, que da lugar a mecanismos de poder y de selección artística, genera una nueva cuestión: ¿en qué medida ello ha sido una limitante, y en que medida un beneficio para ofrecer objetos y eventos significativos al público espectador?

La gente va a los museos, eso sí. Al menos a los famosos, va. No es necesario hablar de las filas interminables y las multitudes que los atestan –temporadas más, temporadas menos–. Algo nos dice que, quizás sólo para el artista y para aquel que está inmerso en el mundo de la producción, estos sitios son fronteras limitantes para la creación artística, pero para el público ordinario, hay otro tipo de mensaje, quizás lejano a las intenciones del artista, que sigue haciéndole un sentido y dotando al museo de significados (quizás, en su mayoría, sociales).

Si el museo finalmente se pusiera “del lado de los artistas” y se concibiera una nueva institución, ¿cuánta vigencia podríamos darle a ésta? A mi parecer, no se trata de un único cambio sino de una transformación constante, una resignificación continua de los “contextos” que posibiliten y difundan la actividad artística, de la misma manera que el arte se resignifica incesablemente.

*Oiticica, Hélio, “Position and Program”, Julio 1966. En “How latitudes become forms, art in a global age”, Walker Art Center, Minneapolis, 2003, pp. 322-329 (la traducción es mía).
**Imagen: www.gettyimages.com

Dalinda Peña Habib

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