El desnudo, al menos en nuestra cultura, católica por excelencia, no necesita de mucha ayuda para ser controversial por sí solito. Antes que nada, al hablar del desnudo en la fotografía artística debemos considerar algunas cosas. La fotografía tiene su propio lenguaje. No se puede juzgar ni leer de la misma forma una pintura que una fotografía ¿Cuál sería el impacto en el espectador común al ver la Venus de Urbino a, supongamos, ver su equivalente fotográfico, una mujer desnuda sobre una cama? Seguramente uno sería considerado arte, por el medio en el que está ejecutado, y el otro muy probablemente porno. Y es que la realidad nos pega de una manera rotunda e irrefutable en la fotografía. Sin embargo es aquí donde se debe hacer una pausa y separar lo que es la vida cotidiana de lo que es la fotografía artística. El desnudo en una fotografía está lejos de ser ese desnudo con el que nos topamos día a día, ya sea en nuestras casas o en anuncios en la calle. Ese que tan sólo se ve, pero no se observa. En la fotografía el artista toma nuestra mirada y la dirige, nos hace detenernos y prestar atención. Es aquí donde los cuerpos se vuelven esculturas, figuras, curvas y líneas. Se vuelve una herramienta.
Esta pequeña anécdota que se encuentra en el artículo Re-Viewing the Nude, de Bostorm y Malik ilustra bien la diferencia entre ver y observar:
En un salón de clases el maestro pide a los alumnos dibujen el cuerpo desnudo de una mujer basándose en la modelo que tienen frente a ellos. La modelo posa y los alumnos empiezan el ejercicio. De pronto la modelo dice “Hay personas mirándome”. El maestro algo confundido tan sólo le da una mirada. Por supuesto que hay personas mirándola, es parte de la actividad. “No” dice ella “hay personas mirándome”. El maestro voltea hacia la puerta y se da cuenta de lo que quiere decir la modelo. Hay personas viendo a través de la ventana fuera del salón.
No es lo mismo una mirada que ve a una que observa. No es lo mismo un desnudo cotidiano a un desnudo artístico.
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