martes, 13 de abril de 2010
Un contrato con el espectador
Muy en la línea de la filosofía (si es que eso existe) posmodernista, el performance nació en un cuestionamiento de los límites y los fundamentos de la representación artística. Como una de las variantes del arte de acción, el performance pone de manifiesto nuevos horizontes sobre las posibilidades y aceptaciones del arte.
Acuñado por Allan Kaprow, el arte de acción se refiere a esa interrelación - negociación que existe entre el artista y el espectador en el momento de la creación artística. Dígase en otros términos, es ese contrato que se hace cuando se "construye" la pieza, donde las partes involucradas (creador y espectador) firman el pacto.
Podríamos reducirlo como un vástago de la teatralidad. Y al hacerlo no nos apartaríamos tanto de su forma y manifestación. Pero no podemos encasillarlo exclusivamente en "teatro", porque el performance apunta a direcciones mucho más arbitrarias y abiertas. Se desliga de un guión, de una dramaturgia, de un propósito definible para resguadarse en el momento. Se ampara de las reacciones posibles de quien lo mira y se defiende con los conceptos que plantea. Mas no camina sobre pretensiones o busca fomentar algún valor o castigar algún vicio. Simplemente sucede. Y afortunados quienes puedan sacarle algo. Y afortunados quienes no.
Es también un hijo del dadaísmo y el surrealismo. Y eso no hace más que confirmarnos la primicia con la que empezamos: el performance cuestiona. Cuestiona y trasgrede. Así como en su momento el dadá se enfrento a las concepciones del arte y el surrealismo se inspiró de las fuentes más insospechadas (generando formas aún más extrañas en sus piezas); así esta forma de arte de acción se enfrenta a los baluartes del arte y se defiende con las ideas más sofisticadas.
En la misma línea también identificamos cómo el performance a la par de cuestionar la forma, cuestiona los momentos del arte. En sí, "la pieza" no existe. Y si existió fue por un instante. El acto, el suceso, el momento no pasa de ello. De ser un punto en el tiempo. Y fin de la pieza. Lo que tenemos ahora de tales manifestaciones son documentaciones de ellas. Pero el performance no está. Ése ya fue.
He ahí otro de los principios de más valor en esta manifestación: su unicidad. Porque el performance se hace único no sólo al darle una mano creadora, un estilo, sino al darle un momento específico y un público específico. Recrearlo es, en suma cuenta, volverlo a hacer. No copiarlo, porque la fórmula se vuelve a poner en práctica y los resultados nunca serán los mismos.
Con todo, el performance se libera de todas las limitantes antes puestas. Se permite usar cualquier otra manifestación, pero al final, permanece como tal. Su punto más valioso es esa relación que plantea con su público. Porque éste viene a formar parte de la obra. Y sin éste, el performance se anula a sí mismo. Se aleja del resto de las manifestaciones al romper esa barrera entre la pieza, el creador y su espectador. Quiebra el estándar y revuelve las partes. La obra ya no es sólo una pieza o un acto.
Porque el performance no es el hecho que plantea el productor. Éste es sólo un catalizador. La obra de arte se esconde en todo lo que rodea al suceso.
Y al final ver, que tras todas las cuestiones y planteamientos, el performance rescata un elemento antes ajeno a la producción artística. Cuando siempre había dependido de él. De su espectador.
Fuente de la imagen: http://www.crownpoint.com/files/images/brus-wienerspaziergang.artist.jpg
Acuñado por Allan Kaprow, el arte de acción se refiere a esa interrelación - negociación que existe entre el artista y el espectador en el momento de la creación artística. Dígase en otros términos, es ese contrato que se hace cuando se "construye" la pieza, donde las partes involucradas (creador y espectador) firman el pacto.
Podríamos reducirlo como un vástago de la teatralidad. Y al hacerlo no nos apartaríamos tanto de su forma y manifestación. Pero no podemos encasillarlo exclusivamente en "teatro", porque el performance apunta a direcciones mucho más arbitrarias y abiertas. Se desliga de un guión, de una dramaturgia, de un propósito definible para resguadarse en el momento. Se ampara de las reacciones posibles de quien lo mira y se defiende con los conceptos que plantea. Mas no camina sobre pretensiones o busca fomentar algún valor o castigar algún vicio. Simplemente sucede. Y afortunados quienes puedan sacarle algo. Y afortunados quienes no.
Es también un hijo del dadaísmo y el surrealismo. Y eso no hace más que confirmarnos la primicia con la que empezamos: el performance cuestiona. Cuestiona y trasgrede. Así como en su momento el dadá se enfrento a las concepciones del arte y el surrealismo se inspiró de las fuentes más insospechadas (generando formas aún más extrañas en sus piezas); así esta forma de arte de acción se enfrenta a los baluartes del arte y se defiende con las ideas más sofisticadas.
En la misma línea también identificamos cómo el performance a la par de cuestionar la forma, cuestiona los momentos del arte. En sí, "la pieza" no existe. Y si existió fue por un instante. El acto, el suceso, el momento no pasa de ello. De ser un punto en el tiempo. Y fin de la pieza. Lo que tenemos ahora de tales manifestaciones son documentaciones de ellas. Pero el performance no está. Ése ya fue.
He ahí otro de los principios de más valor en esta manifestación: su unicidad. Porque el performance se hace único no sólo al darle una mano creadora, un estilo, sino al darle un momento específico y un público específico. Recrearlo es, en suma cuenta, volverlo a hacer. No copiarlo, porque la fórmula se vuelve a poner en práctica y los resultados nunca serán los mismos.
Con todo, el performance se libera de todas las limitantes antes puestas. Se permite usar cualquier otra manifestación, pero al final, permanece como tal. Su punto más valioso es esa relación que plantea con su público. Porque éste viene a formar parte de la obra. Y sin éste, el performance se anula a sí mismo. Se aleja del resto de las manifestaciones al romper esa barrera entre la pieza, el creador y su espectador. Quiebra el estándar y revuelve las partes. La obra ya no es sólo una pieza o un acto.
Porque el performance no es el hecho que plantea el productor. Éste es sólo un catalizador. La obra de arte se esconde en todo lo que rodea al suceso.
Y al final ver, que tras todas las cuestiones y planteamientos, el performance rescata un elemento antes ajeno a la producción artística. Cuando siempre había dependido de él. De su espectador.
Fuente de la imagen: http://www.crownpoint.com/files/images/brus-wienerspaziergang.artist.jpg
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