¿Qué es esto?

El que se ocupe este espacio responde a tres objetivos. El primero de ellos, contar con un sitio desde el cual se puedan dar a conocer las opiniones, las observaciones, las críticas de un grupo de alumnos de la Universidad de Monterrey, quienes, por obligación o gusto, tienen que realizar estos ejercicios dentro de la materia que lleva por nombre Taller de Crítica Cultural.

Segundo, y como si de un boomerang se tratara, una cosa es hacer llegar a otros lo que pienso, dudo, discurro, critico, y otra es someterme al escrutinio del otro, abrirme al diálogo, entrar en la polémica, ser el objeto de la crítica de otros. Enfrentar esta situación, aún así sea a través de estos medios, creemos, ayuda en la formación de quienes serán futuros profesionistas en las áreas social, cultural o humanística.

Y, tercero, es nuestra convicción de que al desarrollo cultural y artístico de esta ciudad le falta el elemento que cohesiona a todo con lo que ya contamos; tenemos teatros, cines, galerías y museos, orquestas, escuelas de arquitectura y diseño, desfiles de modas, premios a lo mejor del cine independiente, estudios de grabación y hasta un canal artificial en el cual concursan los triatletas de todo el país, pero a pesar de todo ello y de haber dado ya el salto al siglo XXI, no tenemos crítica, entendida esta como el comentar, el explicar, el difundir, el debatir, el exponer, de manera pública diversos puntos de vista sobre lo que, precisamente, está sucediendo en la ciudad en estos campos. Así pues, este espacio, estos textos, son nuestra modesta, pero decisiva, aportación al desarrollo del arte y la cultura de esta ciudad.

miércoles, 28 de abril de 2010

El tiburón de Damien Hirst, o del “Arte” de hacerse rico

“The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living” (1991)

La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo es una obra que impacta, es imponente por sus dimensiones y por su contenido, en el sentido más literal. Ver a un tiburón conservado en formol, casi como se vería en un acuario pero inerte y en un contexto sumamente lejano a este, me invita a cuestionarme sobre esta obra, sobre el sentido que tuvo para Damien Hirst y sobre el sentido que pueda entonces tener para mí.

El elemento formal que sobresale es, sobra decirlo, el tiburón flotante en la enorme “pecera”. El elemento temático puede prestarse a diversas interpretaciones, pero desde mi perspectiva lo que trata de hacer el autor es crear un arte inesperado, como reflejo de esta búsqueda generalizada entre muchos artistas de tener una idea lo suficientemente extravagante como para marcar una línea en la historia del arte y, en ocasiones como esta, ganar mucho dinero con ello. Me parece que este trabajo, más que para los espectadores comunes, se enfoca más bien a los coleccionistas y galeristas, a aquellos “cazadores” de todo lo nuevo que a un artista con poco o con mucho renombre pueda llegársele a ocurrir.

Un tiburón conservado en formol no es, para mí, un símbolo por sí mismo, sino que comienza a serlo al instalarse en un escenario alejado de todo laboratorio, acuario o museo natural y constituirse, por ese único motivo, en una costosa obra de arte. Aún así, a pesar de parecernos una tremenda novedad, a esta “piezota” la respaldan otras quizás más pequeñas pero que en su momento fueron igual de novedosas y “ocurrentes” por tratarse de objetos descontextualizados (o, quizás, recontextualizados), y que se remontan a la idea original del francés Marcel Duchamp (1887-1968). Un tiburón disecado metido en un enorme recipiente de formol viene a formar parte de esta tendencia de los ready-mades, muy polémica para algunos y sumamente aclamada por otros.

A pesar de ello, en el contexto temporal o de época de esta obra de Hirst, podríamos pensar que los ready-mades ya no son cosa tan nueva y que ya es hora de idear una nueva tendencia, pues lo que era novedad resulta que ya no es tan nuevo, aun y si se trata de un tiburón y ya no de un urinario. La cosa aquí es que Hirst no hace la obra para conseguir que un museíto se la exponga y salir a color en el periódico cultural de la localidad. Hirst era ya un artista aclamado y, en el momento en que un comprador multimillonario está dispuesto a pagar diez millones de dólares por su ocurrencia, es que la verdadera obra de arte empieza a perfilarse a sí misma, y él ya sólo participa en ella como personaje y agente.

Esta pieza es más valiosa como testimonio de un fenómeno contemporáneo que como pieza en sí misma. Aunque sus características nos hagan pensar en un ready-made, me parece que sobresale más este aspecto conceptual de la obra, el hecho de que representa y registra un fenómeno en el que participa toda una cadena donde tres de los principales eslabones son, por supuesto, el artista, sus compradores… y los diez millones de dólares.

Dalinda Peña Habib.

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