¿Qué es esto?

El que se ocupe este espacio responde a tres objetivos. El primero de ellos, contar con un sitio desde el cual se puedan dar a conocer las opiniones, las observaciones, las críticas de un grupo de alumnos de la Universidad de Monterrey, quienes, por obligación o gusto, tienen que realizar estos ejercicios dentro de la materia que lleva por nombre Taller de Crítica Cultural.

Segundo, y como si de un boomerang se tratara, una cosa es hacer llegar a otros lo que pienso, dudo, discurro, critico, y otra es someterme al escrutinio del otro, abrirme al diálogo, entrar en la polémica, ser el objeto de la crítica de otros. Enfrentar esta situación, aún así sea a través de estos medios, creemos, ayuda en la formación de quienes serán futuros profesionistas en las áreas social, cultural o humanística.

Y, tercero, es nuestra convicción de que al desarrollo cultural y artístico de esta ciudad le falta el elemento que cohesiona a todo con lo que ya contamos; tenemos teatros, cines, galerías y museos, orquestas, escuelas de arquitectura y diseño, desfiles de modas, premios a lo mejor del cine independiente, estudios de grabación y hasta un canal artificial en el cual concursan los triatletas de todo el país, pero a pesar de todo ello y de haber dado ya el salto al siglo XXI, no tenemos crítica, entendida esta como el comentar, el explicar, el difundir, el debatir, el exponer, de manera pública diversos puntos de vista sobre lo que, precisamente, está sucediendo en la ciudad en estos campos. Así pues, este espacio, estos textos, son nuestra modesta, pero decisiva, aportación al desarrollo del arte y la cultura de esta ciudad.

jueves, 11 de marzo de 2010

El quehacer del arte en la sociedad de consumo

Barbara Kruger, 1987

Hablar de la sociedad de consumo es hablar de capital: un capital de dimensiones simbólicas que frecuentemente viene acompañado del signo de pesos. En este contexto, la posmodernidad (o como quiera identificársele a esta era o fenómeno que cruza la humanidad) ha transformado todo tipo de estructuras sociales a un grado tan alto que el quehacer de las artes ha tenido que redefinirse.

Sabemos que el arte ha evolucionado constantemente a lo largo de la Historia, pero en esta ocasión la posmodernidad trae consigo, a manera de residuo de la modernidad, un sistema capitalista que, si bien no parece haber terminado de formarse y reformarse a sí mismo, sí ha formado y reformado a la sociedad.

Hoy en día hablamos incluso de la cultura en términos de capital, lo cual puede parecer positivo si consideramos que la sociedad de consumo brinda, en teoría, la posibilidad de adquirir una diversidad de bienes cada vez mayor a un grupo cada vez más grande de personas; ello habría de llevar, o al menos acercar, a la igualdad. Lo cierto es que esta utopía de “consumo para todos”, y en este caso “consumo cultural”, es precisamente eso, una mera utopía.

Podríamos pensar que Andy Warhol, el máximo representante del arte pop, al decir que “los consumidores más ricos compran esencialmente las mismas cosas que los más pobres”* pues la coca-cola que tomamos nosotros es la misma coca-cola que toma el mendigo, o Liz Taylor, o el presidente, no es sino una prueba de la ironía de esta “igualdad” posmoderna en relación al consumo: tener acceso a un “buen” refresco no es tan difícil como tener acceso a una “buena” educación o a “buenos” recursos artísticos y culturales en general.

Siguiendo con los residuos de la modernidad, sabemos que esta era dejó a las sociedades con no pocas frustraciones, aunado todo ello a la agudísima crisis de 1929, lo que llevó al común denominador de la población a hacer del consumo un valor y una salida catártica y atractiva para superarlo. Más tarde, con el aumento del poder adquisitivo que vendrá tras la Segunda Guerra Mundial para algunos países como, por supuesto, Estados Unidos, van a dispararse el coleccionismo y el arte como objeto de consumo directo. Varias décadas después, nos enteramos que la reina del pop va por ahí comprando cuadros de Frida Kahlo en subastas o utilizando piezas de Tamara Lempicka en sus videoclips.

Al colocarnos en este contexto de liquidez y virtualización, el consumo y el capital se transforman de manera aún más profunda; el arte y sus formas tienden pues a volverse volátiles y relativas como el capital, a la vez que “desechables” en tanto objetos de consumo. Mi pregunta no es si esto era lo que se tenía pensado como destino para el arte, mucho menos busco hacer una valoración ética de las formas artísticas de la sociedad de consumo; me pregunto, sobre todo, acerca del quehacer del arte dentro de dicha sociedad.

Así, el que hoy vivamos sumergidos en una cultura de imágenes y representaciones efímeras, no hace del arte algo menos significativo o valioso. Quizá se ha sobrevalorado la trascendencia o, mejor dicho, se ha subestimado lo perecedero. Pero el arte es, como hasta hoy lo ha demostrado, un reflejo de los valores de la sociedad que lo produce y lo consume. Por ello, en la era del consumo, el arte lo que ha hecho es seguir representando a la sociedad a la que acompaña. Un nuevo cuestionamiento que surge de modo inevitable es si, al ser insaciable el deseo de objetos y de su consumo, ¿puede aún seguir saciando el arte a nuestras sociedades? Independientemente de que lo haga o no, me parece que el hecho de que el arte vaya hoy tan de la mano con la sociedad de consumo, reflejándola y hablándonos de ella, no es más que una señal de que está haciendo su trabajo, y lo está haciendo bien.

*
Warhol, Andy (1975). The philosophy of Andy Warhol: from A to B and back again.

Dalinda Peña Habib

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